martes, 6 de septiembre de 2011

Crítica: Super 8, El nostálgico Abrams













Super 8″ es una vuelta al Steven Spielberg ochentero, pero también una película 100% J.J. Abrams. Una calculada operación nostálgica con momentos inmensos, entrañables. El discípulo Abrams se acerca un poco más al maestro Spielberg.

A falta de una buena máquina del tiempo a mano, creo que una de las mejores formas de ver el pasado es el cine. El homenaje cinéfilo como forma de narración es, sin duda, arriesgado, pero J.J. Abrams ha salido victorioso de un proyecto de lo más atractivo: trasladar la magia de el Spielberg mas ochentero a nuestros días, tan empapados de lenguaje televisivo, algo que el creador de Perdidos conoce muy bien.

Abrams se ha convertido en todo un experto, y nos ha llevado hacia a aquellos años en los que películas como ‘E.T.’o ‘Los Goonies’ alimentaban nuestros sueños infantiles. Su aspecto de refrito parece impedir su justa valoración. Creo que la película va mucho más allá, y desvela a Abrams como uno de los más eficientes narradores de la actualidad, alguien que nos ha devuelto la capacidad de soñar viendo una película, algo que a día de hoy parece haberse perdido.

La acción nos traslada al verano de 1979, en el que un grupo de chicos que están filmando una película casera, son testigos de un espectacular accidente de tren, donde más adelante empiezan a suceder cosas muy extrañas en el pueblo. Los chavales, aficionados al cine de terror, deciden investigar por su cuenta lo sucedido. Una trama que nos lleva de viaje por el mismo centro de la aventura, aquella que aún siendo niños y justo antes de convertirnos en adultos, hemos soñado todos alguna vez, tal vez influenciados por aquel Spielberg ochentero. Un viaje también por la inocencia, la amistad, el amor, el perdón, y sobre todas las cosas la aceptación final de la pérdida como paso hacia la madurez. Todo por el filtro de un inspirado J.J. Abrams, que demuestra como nadie que una vez también fue niño, soñó, y aún lo sigue haciendo. El mayor logro ha sido hacernos cómplices de sus recuerdos. Imagino a Spielberg leyendo por primera vez el libreto de Abrams, y recordando que una vez, hace ya mucho tiempo, hacía ese tipo de cine.

















‘Super 8’ nos da la posibilidad de volver a aquellos años, no de una forma física evidentemente, pero sí de una forma emocional que pocos realizadores actuales son capaces de afrontar. La mirada de un niño, con su inocencia y curiosidad, es una mirada que no debe perder cualquier artista, y J.J. Abrams se revela como tal, ya no sólo por devolvernos una magia que muchos creíamos perdida, sino por saber adaptarse a estos nuevos tiempos, que cada vez cambian más rapido. Su gran acierto ha sido recordarnos que no debemos olvidar de dónde venimos, qué fuimos, y al mismo tiempo invitarnos a deshacernos de toda nuestra carga para poder seguir hacia delante. Como la buena ciencia ficción, una aventura sin igual para hablar sobre los valores humanos.

A Abrams le bastan tres planos para introducir al espectador en el drama personal del protagonista. El primero, con el que da comienzo la película, nos informa de un accidente laboral en una fábrica, música de Michael Giacchino mediante —su partitura recuerda más a lo que compuso para la serie ‘Lost’ que a las partituras de John Williams—, cambio de plano a un niño, Joe Lamb, vestido para un funeral mientras se aferra a un colgante sentado en un columpio del jardín de su casa; la cámara, enfoca a una pareja de amigos de la familia, que hablando nos informan de la relación entre Joe y su padre. El drama familiar está servido, y a partir de ahí da comienzo la aventura, mientras poco a poco pero sin tardar, los demás personajes centrales, una especie de Goonies, se van formando.

Militares en escena —retratados poco menos que como estúpidos—, desapariciones misteriosas, algo parecido a unos cubos de rubik ,una presencia amenazadora, y poco más son los elementos que necesita Abrams para crear el suficiente suspense. Y va más allá cuando nos ofrece dos partes tan increíbles como la de la gasolinera o la del ataque al autobús, auténticos prodigios de ritmo y planificación, deudoras del Spielberg de ‘Tiburón. A ello hay que sumar el sentido homenaje que se realiza en su segunda mitad a las películas de monstruos de los años 50 (Referencia a George A. Romero), de las que sigue prácticamente el mismo esquema. Aventura y drama personal se mezclan a partir del instante de la confesión de Alice, una de las vitales secuencias del film, en la que Abrams usa el flashback a modo de proyección cinematográfica. Llama la atención la forma en la que el director conduce las dos investigaciones, por un lado la de Joe y sus amigos, y por otro la de su padre, ayudante del sheriff, como evidente metáfora de la relaciones entre padres e hijos; distintos caminos, un fin común.
‘Super 8’ es uno de esos grandes espectáculos bien entendidos, y que los efectos visuales están al servicio de la historia, sin ahogarla en ningún momento. Personajes carismáticos la mayoría de ellos, un poco de humor, acción y mucha emoción. Los ingredientes básicos de toda producción Amblin en aquellos maravillosos años, y de cualquier buena película que se precie de serlo. El alien sirve a Abrams para volver sobre su tema predilecto: dejar las cosas ir, enfrentarse a los grandes problemas de la vida y elegir uno de los dos únicos caminos posibles, morir o vivir. Pero para seguir viviendo hay que aceptar la tragedia y liberarse, comprender que ciertas cosas ya no volverán y que su recuerdo no tiene por qué amargarnos la existencia.
Una nave espacial cruza los cielos de regreso a su hogar. Para despegar necesitó algunos de los recuerdos de mucha gente, incluido un colgante, preciado nexo de unión entre un hijo y su madre muerta. Cada vez que mire los cielos, Joe Lamb tendrá esa indescriptible sensación de haber ayudado a hacer lo correcto, de dejar ir a un visitante a disgusto con la estupidez humana de liberarle, porque ese día él también se liberó, dejando ir a su madre.

PD: Los guiños a perdidos nunca faltan como: el letrero de neón haciendo referencia a John Locke al final de la película, el alien que sale del famoso vagón emite un sonido muy similar a la famoso humo negro y el nombre de la gasolinera "Kelvin".



Por: Dakkar

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